una especie de
alma gemela a la que me dispuse inmediatamente a admirar.
Muy pronto consiguió Hitler separar a Goebbels del frente de los alemanes septentrionales y ganarlo para la causa propia.
Así, a los siete meses de nuestro primer encuentro, fue nombrado gauleiter de Berlín. Yo me fui a Munich a proseguir mis estudios. Nos veíamos cuando Goebbels tenía algo que hacer en la jefatura nacional o cuando yo le visitaba en Berlín.
Por cierto que tuve entonces el presentimiento de que su posición en favor de Hitler había sido dictada más por la oportunidad que por la convicción. Tanto en lo espiritual como en lo político, armonizaban fundamentalmente muy poco.
Claro que él nunca lo exteriorizaba, sino que encubría las discrepancias con reproches contra la dirección del partido, en Munich.
—Contésteme, señor Von Schirach: ¿se puede dirigir un partido desde Munich e imaginarse que va a conquistarse toda Alemania? Eso realmente puede hacerse desde Berlín. Quien tiene Berlín, tiene Alemania.
Quizás hubiera podido Goebbels constituir, en unión de los hermanos Strasser, un contrapeso de Hitler en Berlín. Pero lo impidieron las numerosas antipatías y enemistades. Gregor Strasser no podía perdonar al que un día había sido su más joven hombre de confianza, que se hubiera puesto al lado de Hitler. Así es que en el seno del NSDAP del norte de Alemania, Goebbels aparecía a la sazón como una especie de Judas. Tanto era así, que en una de las publicaciones de la "Kampf Verlag" de Strasser, apareció en la primavera de 1927 un artículo titulado: "Consecuencias de las mezclas raciales". En un párrafo se leía:
"Es sabido que la mezcla de razas lleva a una desarmonía del espíritu. Si aceptamos el papel rector del espíritu, esta inarmonía se reflejará asimismo en lo físico. Y el equilibrio corporal quedará afectado, bien por enfermedades, bien por defectos congénitos."
Aquello solamente podía referirse a Goebbels y él lo entendió sin duda, así también, puesto que a partir de aquel momento comenzó una guerra sin cuartel contra los hermanos Strasser.
La consecuencia fue que Goebbels se acercó cada vez más a Hitler. Había reconocido, por otra parte, que a su intelecto y su facultad oratoria le faltaba algo que Hitler poseía en considerable grado: capacidad de transmisión a los demás. Así es que por mucho que afectara a su orgullo, Goebbels tuvo que resignarse a ser pregonero de una voluntad superior: la del "Führer". Y de Hitler acabó Goebbels por aprender que la masa no puede ganarse nunca con argumentos, sino mediante un incansable martilleo de palabras.
Sobre el hirviente asfalto berlinés, Goebbels puso en práctica la fórmula con pleno éxito. Cuando llegó al puesto de gauleiter, el NSDAP berlinés era un grupo de escasa importancia y fragmentado por las contradicciones internas, al que los partidos de izquierda ignoraban y del que no querían saber nada los burgueses de la derecha. Goebbels provocó a los comunistas mediante concentraciones y marchas por los barrios rojos y a los burgueses, por medio de manifestaciones antisemitas en la Kurfürstendamm. Así es que pronto se dio a conocer. El periódico comunista Rote Fahne [17] le calificó de "bandido mayor de Berlín". Pero el calificativo no solamente no pareció preocupar a Goebbels, sino que se lo apropió para acrecentar su propia propaganda.
Para el 2 de julio de 1929 les fue anunciada a los habitantes de Hamburgo una gran manifestación que se celebraría en el "Sagebielschen Salen". "Hablará el bandido mayor de Berlín, doctor Goebbels." Debajo aparecía, impreso en caracteres mucho menores, mi propio nombre. Yo había experimentado siempre un gran miedo al público y por vez primera me veía obligado a hablar a una concentración de cinco mil personas. No es extraño, por tanto, que estuviera convencido de que se produciría algún incidente. Al lado de Goebbels, entré en la repleta sala.
—Ya verá usted cómo resulta más fácil hablar cuando más personas escuchan — me dijo Goebbels para darme ánimo. Tenía razón. A los pocos minutos, yo era la tranquilidad misma. Hablé durante tres cuartos de hora. Y los cinco mil oyentes me escucharon con el máximo interés y sin dejarse ganar por el sueño, tal como yo había temido.
Goebbels me estrechó la mano en señal de reconocimiento. Me había "emancipado", como acostumbran a decir los actores. Pero mi discurso no era sino el prólogo a la aparición del propio Goebbels. Por los altavoces sonó una voz:
—Habla el "bandido mayor de Berlín", nuestro camarada, el gauleiter doctor Joseph Goebbels.
Goebbels se adelantó hacia la tribuna de los oradores. Llevaba una chaqueta de alpaca que brillaba a la luz de los proyectores. La multitud guardaba un silencio expectante.
Goebbels habló del más candente problema del año 1929, del "Plan Young".
Se trataba de las reparaciones impuestas a Alemania por el tratado de Versalles. En la primavera de 1929, una comisión de expertos bajo la presidencia del financiero americano Owen Young había establecido el montante de las reparaciones y trazado un plan para hacerlas efectivas. De acuerdo con éste, Alemania tendría que pagar